Gran parte de esta novela está basada en hechos reales. Salvo los momentos felices.
Por desgracia la autentica Diana no tuvo tanta suerte en la vida como mi heroína.
No importa quienes somos, sino lo que
dejaremos detrás en nuestro camino por la vida.
Felices
o no, siempre estaremos buscando la golondrina blanca de la esperanza...
CAPITULO 1
La
lluvia era tan fuerte que en poco tiempo las calles se hicieron ríos. Por ser
una región donde no llovía a menudo, ese día Murcia parecía el centro del
desastre. La gente no sabía cómo reaccionar, si pararse o cruzar. Diana
se acercó a la ventana y apegó la nariz al cristal. Jamás en sus diecinueve años
de vida había visto algo parecido. Casi no podía ver fuera, las gotas golpeaban
tan fuerte que le daba miedo. Menos mal que su jefa la mandó a casa cuando vio
a las nubes. Sabía que la niña iba en bicicleta y se empaparía. Aunque corría a
toda velocidad, no pudo evitar a mojarse. Entró en el garaje para dejar su
vehículo y vio que estaba sola. Su padre se había ido dios sabe dónde, él nunca
hablaba de sus cosas. Simplemente pasaba de todos, como que no vivía allí. Su
madre estaría “trabajando”, lo que decía ella, para justificar las horas de
ausencia. No es que no fuera verdad, era telefonista en una empresa de venta
telefónica
Diana subió la escalera y entró en el pasillo.
Estaba tan mojada, que la ropa se le había pegado al cuerpo. Sus rizos rubios chorreaban... - ¡Dios, voy a mojarlo todo y mi madre
me mata! - no la molestó hablar sola. Al fin y al cabo no hubo nadie para
escucharla. Se quitó la ropa mojada, se secó y se puso algo cómodo y seco.
Mientras miraba fijamente, “clic”, se fue la luz. Esto la asustó un poco, pero
siguió mirando la lluvia. La calle parecía un río, donde en vez de barcos,
flotaban coches. En la acera, o lo que se veía de ella había dos parejas
quienes intentaban cruzar la “calle”, pero por lo visto tenían miedo. Diana les
observaba con mucha atención y se preguntaba si tendrían la valentía de meterse
al agua. Ella no se atrevería... Después de breves discusiones uno de los
chicos levantó en brazos a su chica y se puso a cruzar. -¡Loco!- grito sin querer Diana-. ¡Os vais a ahogar! - Estaba muy
preocupada, el chico parecía fuerte, pero el corriente le arrastraba-. No sabes
que haces... ¡Madre mía!- no quiso mirar más, se tapó los ojos. Cuando los
destapó la pareja ya había llegado al otro lado y se abrazaban contentos.- ¡Que
romántico! ¡Eres mi héroe!- se alegró ella-. No sabéis el miedo que pasé...- no
les conocía de nada, pero lo que vio la puso melancólica.
- No sé qué estás mirando allí fuera, pero
apúrate que tengo hambre- dijo una voz muy seria detrás de ella. - Estoy seguro
que desde que has llegado estarías allí...
Diana se dio vuelta. Francisco, su hermano
mayor estaba delante de ella, mojado y furioso. Se había olvidado completamente
de él. Todos los días volvía a la misma hora para comer. - ¿Que miras, tonta?- gritó
él-. ¡Trae me ropa seca, no ves que estoy empapado! La
niña se quedó como pasmada. Todos en la casa la trataban mal, pero Francisco
era lo peor. No perdía la ocasión de ofender la. La hizo llorar más de una vez.
Pero como era el mayor y el ojo derecho de su madre, nadie le decía nada. De
sus dos hermanos ese fue el frio y arrogante, le gustaba burlarse de la gente y
no soportaba que no se saliera por la suya. Pero ella no le culpaba, su vida
tampoco fue un camino de rosas. Quizás por esto nunca sonreía... Crecer con una
madre como la suya no fue fácil. Aunque decía que le quería mucho, nunca lo
demostró. Al contrario... En muchas ocasiones les pegaba, a él y a Alfonso, su
hermano menor. Francisco tenía marcas en la espalda de la manguera del gas, con
cual le castigaba. Otras veces simplemente pasaba de ellos. Como que no existían,
les mandaba a la casa de la abuela y se
iba de paseo. -¡No
te enfades, Fran!- intentó sonreír Diana-. Se ha ido la luz... Ahora te lo
preparo todo, solo no te enfades. Yo acabo de llegar y también me moje
bien.
-¡Vale!-
contestó frio él.- Pero date prisa... Lo mejor tengo que volver al trabajo...
¿Qué mirabas?- él se acercó a la ventana, pero en la calle ya no había
nadie.
–
Vi como un chico llevó en brazos a su chica cruzando la riada. Fue muy
romántico…- dijo Diana. -Sí,
romántico. ¡Claro!- estiró la boca él, poniendo una sonrisa sarcástica-. Hay
que ser un tonto y gilipollas para hacer semejante estupidez. -Tú
no entiendes, el amor es algo muy bonito.- Asomó la cabeza ella-. ¿No ves en
las películas? -
Me parece que cada día te vuelves más tonta, Diana – dijo él, meneando la
cabeza. - Las películas son de bobos... No tienes que ver tanta televisión, te
sienta mal.
-¿Por qué me insultas siempre, Fran?- los ojos
de la niña estaban llenos de lágrimas-. Sé que no soy muy lista, pero no creo
que te he dado razones para tratarme así.
-¡Bobadas!- contestó entre dientes él,
empujando la para poder pasar por la puerta-. Yo no te trato mal, tú te lo
imaginas... Es que los hermanos se tratan de esa manera. No
la terminó de escuchar, entró en la habitación para cambiarse. Diana se sentó
en el sofá y se tapó la cara con las manos. No pudo parar las lagrimas, salían
solas...Cuando cumplió dieciocho años le pidió a su tía Carmen, quien era
también su madrina, que viviera con ella, pero la mujer le dejó claro que no
quería problemas con sus padres. Y por desgracia su madre se enteró de eso y la
pegó. La pegaba muy a menudo...Por cualquier cosa que no le gustaba...Todas las
noches, después de terminar con los asuntos de la casa, se encerraba en su
habitación y se ponía a pensar. Hojeaba las páginas de su vida y se preguntaba
por qué había nacido. Todos pasaban de ella, nadie la preguntaba cómo se
sentía...Les interesaba solo sentarse a comer y que todo esté a su gusto.
Estaba muy sola, encerrada en sí misma, con miedo de todo y de todos. En el
colegio se reían de ella, la llamaban tonta, lela...Y toda la culpa fue de su
madre. Ella les decía a todos que la niña le había salido algo retrasada. Toda
su vida le decían que tiene poca capacidad mental, se lo habían repetido tanto
que ella empezó a creer que es verdad.
Hubo
una chica en el colegio que se hizo amiga suya, a pesar de lo que los demás
decían, pero se fue a vivir en extranjero. De vez en cuando la llamaba para
enterarse como le iba la vida y cuando Diana le contaba que le ocurría, Alicia
se enfadaba. -¡Tienes que salir de allí, Diana!- le dijo su amiga hace unos días,
cuando hablaban por teléfono-. No sé cómo, pero tienes que irte. Esa gente no
te merece.
-
¿Y a dónde voy?- contestó ella-. ¿Quien tomará en serio una tonta como yo?
- Los tontos son ellos. Deja de insultarte a
ti misma.- se enfadó Alicia-. No eres ninguna tonta, ni mucho menos. ¡Sal y
conoce gente! Tienes ya diecinueve años. Con esa edad puedes hacer lo que te dé
la gana. -
Tú lo tienes todo muy fácil. Tus padres te ayudan y te quieren, si te
equivocas, te perdonarán. Los míos al contrario me odiarán y me ignorarán. Como
me gustaría que estuvieses aquí...-sonrió Diana. -
No sé si podré venir el año que viene...- contestó la chica-. Pero tu escucha
me, no te encierres y no te humilles. No les dejes que te dominen más. Eres una
persona.
Diana se
levantó del sofá, secó las lágrimas de su cara y se dirigió a la cocina, donde
su hermano terminaba de comer. Recogió callada los platos y se puso a
fregarlos. No pensaba hablarle. Todo el tiempo tenía en la mente las palabras
de Alicia. “Eres una persona.” Claro que lo era. Y tonta tampoco. Pero como su
madre no la dejaba que se relacione con gente, todo le daba miedo. La única que
la entendía fue si tía Josefa, la mujer del hermano de su padre. La tenía como
una hija mas, le enseñaba como hacer las cosas, como comportarse... Lo que
la madre no la enseño...
Su hermano notó que estaba
triste, pero pasó de ella. Como siempre. Era tan engreído y narcisista, le
costaba pedir perdón. Diana tampoco se lo pediría, lo que quería fue que la
dejaran en paz. Solo esto. ¿Tanto pedía? Quizás si se trataban de otra manera,
las cosas en la familia irían mucho mejor. Su padre se quedaría más tiempo en
casa y no se liaría con otras mujeres, su hermano Alfonso vendría más a menudo
y no se quedaría todo el tiempo en Almería. Por culpa de las discusiones con su
madre él prefería no venir. Allí estaba mucho mejor.
Diana termino con los platos y entró en
su habitación. El territorio independiente de su habitación. El único sitio
donde podía ser ella misma, no la tonta que todos conocían, sino una chica
normal.
Ya
había electricidad, lo que significaba que Fran se iría a trabajar y ella
podría poner un poco de música para relajarse. Se acercó a la ventana y sonrió.
La lluvia se había parado, todavía quedaba agua en la calle, pero fue poca
cosa. No estaban las dos parejas que observaba antes, pero el recuerdo de aquel
chico, llevando en brazos a su chica se le quedó grabado en la memoria. Quizás
Alicia tenía razón. Debería conocer gente. Y quien sabe, puede que incluso
alguien se enamore de ella. Esto le dio risa. Le parecía imposible.