Pensé que me había perdido
y tu, que me habías encontrado...
Qué disparates del destino
y de sus bromas descaradas!
Pensé que eras un príncipe,
pero no vi a tu caballo blanco.
Pensaste que era una princesa,
aunque yo ninguna corona llevaba.
Temía que si te besaba
volverías a convertirte en sapo,
aunque no creo que sean de los cuentos
los besos de una muñeca rota.
©Nadezhda Petkova Kostadinova, 2015
Todos los derechos reservados
Querida Nadezhda: hoy te respondo así. (Indudablemente, me gusta tu inspiración y me ha impactado tu poema). Lo mío son solo plabras. Pero emocionadas.
ResponderEliminarA lo que llamamos “destino”
es espejismo del deseo
forjado sobre el suelo:
sueño y realidad.
Perderse, ¡ay!, y encontrarse
¿en los brazos de quién?
Aparece la insolente broma:
Un ‘príncipe’ sin caballo
es como un hombre sin atributos
(del que habla Robert Musil).
Hay inmoderados príncipes
descafeinados,
sin percepción,
con engreído sufrimiento
de visual alteración,
que creen ver princesas
donde existe la mujer,
y no la ven,
reconocida muñeca rota
de discriminación herida.
Los besos desmembrados
de la astillada muñeca
no son de los cuentos:
crea la vida
y nos pertenecen
a quienes
no tenemos caballo.
Creemos en la esperanza.
Gracias, querido amigo, por el maravilloso poema como respuesta al mío. Me alegra que cada vez captas la idea en mis poesías. Efectivamente esa es la vida misma, nada es lo que aparenta ser, nadie ni nada es para siempre. Y aunque nos rompemos, averiados, nunca perdemos la esperanza de encontrar o ser encontrados. Un enorme abrazo, Juan!
Eliminar